domingo, 9 de octubre de 2011

Amor del bueno,
del único, del romántico,
de ese sin la predicción
que lo aprisiona entre iguales
y lo mal forma, lo mata.

Amor del bueno,
del único, del apasionado,
del que es como es
y se entrega sin pedir
una vez y mil más.

Amor del bueno,
del único, del sincero,
del que transforma en filtro
la apariencia de los pasos
que caminan sin descanso.

Amor, amor...
ese que ama del principio al final,
de pies a cabeza los rincones del alma;
ese que no lamenta estar presente
ante el atroz olvido de la razón.

Amor, amor...
ese que nace de la perfección de lo improvisto
y se nutre de la picardía de lo espontáneo
para darse en bonanza a quien no piensa esperarlo,
a quien no lo inventa por tener compañía.

Aquel impensable para el necio
que lo llama por nombre y apellido;
ese imposible para el sabio
que presume la elegancia ignorante
de las palabras puestas de frontera.

Amor del bueno,
del único, del cariñoso,
de ese que acaricia sin tocar,
ese que se siente en la mirada;
amor del bueno, del real.

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