domingo, 24 de julio de 2011

Las horas que me persiguen
me abrigan la mañana;
en cuanto el sol aparece
se me extienden como hiedra
por los pensamientos,
en los pasos, en las palabras.

Ya no es sangre en las venas,
es veneno fatal, asesino,
verdugo de ideas.

Esas horas me señalan,
apuntan al impulso recién nacido
para acribillarlo, torturarlo;
se me acercan al intento
y lo apuñalan a traición,
acaban con todo lo poco nuevo.

Casi suicidio es cada paso,
cada movimiento: casi muerte;
cadena perpetua en el paredón.

Todo desaparece cuando las horas me tocan,
cuando las horas me llegan al presente;
acaban de golpe cualquier efecto,
cualquier reacción que invente
y muere sin remedio posible
el plan envenenado en mi cuerpo.

Al final solo queda razón para vivir,
sólo los motivos para respirar;
queda la vida sin estorbos,
acompañada del ánimo inmensurable
que dejan las horas luego de fusilar
la bastarda fascinación de hacerme mal.

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