lunes, 30 de mayo de 2011

La madrugada me pone tosco y pesado,
arrogante e idiota,
actúa como fulminante de mis gestos
mientras la desesperación del tiempo se hace presente;
se me prende en los nervios
para exorcizarme la conciencia
aventando retazos de pensamiento en la almohada.

Se me cubren de niebla las prisas;
la madrugada me abraza la impaciencia,
como dándole la vida que me roba.
Me abraza, me besa, me acaricia
y se me vuelve laberinto el pensamiento;
me habla, me grita, me dice,
y se me convierte en abismo el sueño.

No importa ya,
si los gritos se acobardaron,
si los sueños se despertaron,
y la madrugada me escupió críticas,
unas a la cara, otras a los pies.
Importa un carajo si amanece ya
o el día se consume entre cigarros,
si la siguiente madrugada
me atraviesa el pecho con palabras.
Vale muy poco si la luna me enamora
o una canción me hace recuerdos.

Todo acaba aunque lo diga romántico y suave,
humilde e ingenioso,
cada madrugada trae su lamento, su gozo,
su historia,
pero a mi lado son solo horas que pasan
dejando abundancia de sobras en mi mente,
infinidad de argumentos prepotentes
y la inmensa necesidad de callarme
unos amores, otros odios y algunas ideas.

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