viernes, 20 de mayo de 2011

Convencido de nacimiento
camino el rumbo que llaman vida,
recorro de a poco las metas de todos
y me estanco donde me exigen hacerlo.

Me pidieron acercarme, algún día,
a un cristal que refleje una sonrisa implantada,
condición de pertenencia indispensable
y necesariamente forzada.

Circuncidaron mi voluntad
para marcarme como uno más
dentro de los pocos que son todos
y borrarme de todos que son pocos.

Hablo predispuesto a ser,
entre las ganas de cambiar
y la rutina que llaman vivir,
convirtiéndome de nuevo, en todos.

Olvidé de la vida lo que nunca aprendí,
mucho antes de atravesar la puerta al mundo;
dejé costumbres que nunca tuve
perdidas en el acto de mis padres.

Todo lo hice sin hacerlo
y ahora que un pensamiento pide factura,
no tengo más que un día a día
vivido como y con todos para dar.

Seguramente algún occidental
supuso, que al nacer,
cambiaría la vida por la "vida"
cuando escribió mi renuncia.

Aunque según dicen, la sangre de mis venas,
no es América, tampoco Europa,
sino un compendio de argumentos
desde mono hasta extraterrestre.

Nací con el pasado convencido, quizá,
de quién voy a ser al morir;
"todos" con diferente nombre,
"nadie" sumido en reglas que me hacen.

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