jueves, 27 de octubre de 2011

Hoy, como ayer,
pasa con la rapidez
de un pensamiento eterno;
se consume cansado y trillado
como el Te Amo escrito en prosa
que se repite y repite
desde ese día y el siguiente
y el que le sigue a ese
hasta el hoy que muere mañana.

Tiempo, dicen...
Sucesión de principio a fin
que revienta tímpanos
gritando su eternidad
a diestra y siniestra
por la habitación entera;
esas paredes que aprisionan
el incisivo Te Amo
del ayer inmortal.

Tiempo, dicen...
remedio casero para momentos,
indulto para el Te Amo
vibrante, de cuerpo y alma,
eternamente sensible
pero sin voz ni voto
en los oídos que lo oyeron
sin escucharle el ánimo
de reinventar hoy sin ayer.

Tiempo, dicen...
aforismo que cura los males
de una historia con medio principio,
y sin final; versión inconclusa
del Te Amo irreverente
con que se dibuja un futuro
tan real, como el pasado
que se asoma a la ventana
sin jamás haber existido.

Tiempo, dicen...
el punto y coma justamente necesario
para seguir diciendo el Te Amo
de cada noche y madrugada,
con palabras tan bien disfrazadas
que provocan sonrisas satisfechas
de los demás, los que no vivieron,
los que no llegaron ni a oler
el perfume que hoy crea recuerdos.

Hoy, como ayer,
nunca termina sin arropar
lo que queda de vida
del Te Amo inventor de motivos;
ese Te Amo propiedad de nadie,
que se ve al espejo
repitiendo mil veces y mil más,
el silencio en prosa
con que ama sin ver atrás.

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